Por Nancy Pearcy
En el otoño de 2005, la Universidad de Kansas anunció un nuevo curso titulado “Diseño Inteligente, Creacionismo y Otras Mitologías Religiosas”, el cual fue impartido por Paul Mirecki, presidente del Departamento de Estudios Religiosos de dicha Universidad. Cuando Mirecki, en un sitio web de estudiantes ateos, tachó burlonamente de fundamentaloides a los partidarios del diseño inteligente, se desató una controversia. Mirecki dijo que, “Estoy haciendo mi parte para defender los derechos religiosos”, dándoles “una bofetada en su gorda cara al enseñar diseño inteligente en la categoría de ‘mitología'”. Después Mirecki se disculparía y cancelaría el curso, pero ya se había regado la sopa. Muchos evolucionistas consideran la idea del diseño inteligente no solamente como falsa o equivocada, sino como pura mitología, dejandola en la misma categoría que los cuentos y las fábulas.
Debemos entender que esto no es un intento de insultar a los partidarios del diseño inteligente, sino que es una reacción perfectamente lógica. El diseño inteligente, defiende científicamente la idea de que el tipo de diseño que observamos en el mundo es característico de un agente inteligente. Por lo tanto, el diseño inteligente implica que la Mente precedió a la materia, mientras que la evolución naturalista implica que fue la materia quien produjo a la mente. Estas visiones son antitéticas; no pueden ser ciertas las dos. Como dice Phillip Johnson, si fuerzas materiales por sí solas son capaces de llevar a cabo todos los procesos de la creación, entonces no queda nada que un Creador pueda hacer; no tiene un “empleo lucrativo”. Y si la existencia de Dios no es necesaria para explicar el mundo -si no tiene ninguna función cognitiva o explicativa- entonces la única función que queda es la emocional. En ese caso la gente trataría a la religión no como una verdad genuina, sino como una expresión de necesidad psicológica, una fuente de consuelo y alivio.
Esto explica por qué muchos historiadores identifican el surgimiento del darvinismo como el momento decisivo que redujo la religión al estado de puro mito. Por ejemplo, Neal Gillespie dice que el darvinismo produjo un cambio de “la religión como conocimiento a la religión como fe” (Charles Darwin and the Problem of Creation [Charles Darwin y el Problema de la Creación]). Como ya no quedaba ninguna función para Dios en el mundo, fue reducido, en el mejor de los casos, a un concepto filosófico independiente derivado de la necesidad personal. Como yo me decía a mi misma cuando era adolescente: “la religión no es más que una muleta emocional”.
Otra forma de decirlo es que el darvinismo despedazó la unidad de la verdad. Tradicionalmente, los pueblos han pensado que la verdad es un todo unificado: que hay un orden material o físico y un orden moral o espiritual, integrados en un sólo sistema coherente. La teoría de Darwin, según su ex maestro Adam Sedwick, rompió el “eslabón” entre el orden material y el moral. La moralidad y la religión fueron relegadas a la categoría de tradición cultural, necesidad emocional o deseo de realización. El libro de texto Historia de la Filosofía en Norteamérica, lo resume muy bien: “Hasta 1859, prácticamente todos los escritores norteamericanos serios asumían la unidad fundamental del conocimiento… La controversia de la evolución hizo añicos esta unidad del conocimiento“, reduciendo finalmente la religión y la moralidad a “sujetos cognitivos”.
Por eso los debates sobre el darvinismo no han de cesar pronto. El impacto de la teoría va mucho más allá de los detalles de las mutaciones y de la selección natural, sino que llega hasta una redefinición del concepto de la verdad misma. Richard Dawkins, el más estridente promotor de la evolución hoy en día, describe la “visión darvinista de la vida” en términos escuetos: “Cero diseño, cero propósito, cero maldad y cero bondad, nada sino ciega y cruel indiferencia”. Note que en una sola línea él combina “cero diseño” con “cero maldad o bondad”, y tiene razón. Definir lo que es moralmente bueno es sencillamente otra forma de decir que el mundo tiene un propósito para el que fue diseñado. Pero si no hay Diseñador no hay propósito objetivo, y cada quien debe vivir de acuerdo con los propósitos subjetivos que se le ocurran.
Sin Diseño No Hay Valores
El historiador Edward Purcell explora las implicaciones del darvinismo en su libro subtitulado Scientific Naturalism and the Problem of Value [Naturalismo Científico y el Problema del Valor]. La visión del mundo del naturalismo científico, o materialismo, es que la naturaleza o materia, es todo lo que existe; no hay verdades espirituales o trascendentales. Conforme se fue aceptando esta perspectiva del mundo, apareció un “problema de valor” porque el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, no son parte del mundo material conocido por la ciencia. El resultado fue una visión partida de la realidad, en la que las Ciencias Naturales fueron ascendidas hasta ser la única forma de conocimiento objetivo, mientras que la religión y la moralidad fueron rebajadas al nivel de meros símbolos. Como Purcell lo dice, en el naturalismo científico “los dogmas teológicos y filosóficos fueron en el mejor de los casos totalmente fraudulentos y en el mejor de los casos simplemente profundas aspiraciones humanas simbólicas”.
Otra historiadora, Julie Reuben, dice algo similar acerca de la división del concepto de la verdad. En su libro acertadamente subtitulado The Marginalization of Morality [La Marginación de la Moralidad], explica cómo se eliminaron los valores como tema de los planes de estudio universitarios. Después de Darwin, la única forma de religión aceptada fue la consistente exclusivamente en “sentimientos, experiencias, rituales y vida ética”, es decir, una religión “sin contenido intelectual”. Para la década de 1930, Reuben escribe que, casi todas las universidades norteamericanas habían desechado el ideal de la “unidad de la verdad” y habían puesto a la religión y a la ciencia en diferentes esferas de la vida: “la ciencia en la esfera intelectual y la religión en la esfera motivacional”. Se describió el conocimiento objetivo como “desprovisto de valor” porque los valores se habían convertido en prejuicios subjetivos que amenazaban con distorsionar la investigación.
Hoy se alude frecuentemente a esta división de la verdad como ‘dicotomía hechos-valores’. Se supone que por un lado está el reino de los hechos, los cuales son científicos, objetivos y desprovistos de valor. Por otro lado, está el reino de los valores, consistente en preferencias personales exclusivamente. La separación puede representarse gráficamente de la siguiente manera:
VALORES
Preferencias Personales; Subjetivos
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HECHOS
Realidad Pública; Objetivos
Esta división se ha incrustado en la mayoría de los libros de texto como una suposición incuestionable. Un libro de texto típico dice: “Los hechos son objetivos, es decir, pueden medirse, y la verdad sobre ellos puede ponerse a prueba”. “Por otro lado, los juicios de valores son subjetivos, y cuestiones de preferencia personal… Tales preferencias se basan en gustos y sentimientos personales, más que en hechos y razones” (Economics for Decision Making [Economía para la Toma de Decisiones]). El impacto del darvinismo no se limita a la ciencia, sino que ha permeado todo el programa de estudios.
Ni Siquiera Equivocada
Por eso sigue creciendo la controversia de la evolución, atrayendo a una amplia gama de gente preocupada por la separación entre hechos y valores. Según Richard John Neuhaus en First Things [Primeras Cosas], “no sólo los protestantes conservadores, sino también los católicos y todos los demás tienen mucho en juego al defender la unidad de la verdad”. Un corresponsal de la BBC preguntó recientemente por qué muchos norteamericanos “están gastando más energía en pelear contra Charles Darwin que en bajar los impuestos”, pero la razón es clara: está de por medio no solamente una teoría científica, sino un concepto dividido de la verdad que reduce la religión y la moralidad al nivel de mito.
Además, los propagandistas de la evolución se vuelven cada vez más atrevidos. No hace mucho tiempo, el New York Times publicó un trabajo de Daniel Dennett, autor de Darwin’s Dangerous Idea [La Peligrosa Idea de Darwin], donde decía: “No creemos en fantasmas ni en duendes, ni en el conejo de Pascua o en Dios”. Esta actitud descalificadora explica por qué la Universidad de Kansas contrató como presidente de su departamento de estudios religiosos a un profesor que expresa desprecio por la religión -y por conceptos científicos que apoyan una visión religiosa del mundo, como el diseño inteligente. Otro profesor de la Universidad de Kansas ha anunciado que agregará el estudio del diseño inteligente a un curso ya existente llamado “Mitos y Realidades Arqueológicos”. John W. Hoopes, profesor adjunto de antropología, dijo a un reportero que el diseño inteligente es una “pseudociencia” porque “está basado en hipótesis no reproducibles”. En otras palabras, la suposición inicial del curso es que el diseño inteligente ni siquiera puede calificarse de falso, sino que es meramente un mito.
Esto significa que el reto de cualquier visión basada en la religión es mucho más radical ahora que antes. En el pasado, los partidarios del laicismo argüían que el cristianismo era falso; consecuentemente, ambos bandos podían enfrascarse en un diálogo con preguntas como: ¿Qué es verdadero y qué es falso? ¿Cómo sabemos? ¿Cuáles son las pruebas? ¿Cuáles son los argumentos? Sin embargo, hoy los laicistas son más proclives a pensar que ni siquiera se puede preguntar si el cristianismo es verdad o mentira. Puede ser significativo para ciertas personas, puede ser parte de su tradición cultural; pero no se toma en serio como candidato a la verdad en el discurso público.
El renombrado físico Wolfgang Pauli, es famoso por haber dicho a uno de sus colegas: “tu teoría es tan mala, que ni siquiera puede estar equivocada”. Es decir que ni siquiera se encuentra en el campo de las respuestas posibles. Así se trata hoy al cristianismo en la arena pública: no es que la gente lo rechace por ser una equivocación, ni siquiera se le toma en cuenta como posible solución al problema de la verdad.
Toda Verdad es Verdad de Dios
Antes del dominio del darvinismo, la mayoría de la gente asumía la unidad de la verdad. La cultura occidental estaba impregnada de la convicción bíblica de que toda la creación viene de la mano de Dios, y por lo tanto todas sus partes entran dentro de un sólo plan ordenado. “El conocimiento estaba unificado porque descansaba sobre la afirmación cristiana de verdad universal”, escriben los historiadores católicos Jon Roberts y James Turner (The Sacred and the Secular University [La Universidad Sagrada y la Secular]). Aunque los eruditos se especializaban en varios campos de estudio, asumían que cada especialidad era parte de un sistema de verdad general, como una antigua colcha de retazos donde cada bordadora trabajaba en una parte del diseño total.
La convicción de una verdad unitaria descansaba en la enseñanza bíblica de la creación. “El cristianismo postulaba una realidad única, con cierta coherencia racional que lo integraba”, explican Roberts y Turner, porque todo se originó a partir de una sola Mente. El cristianismo enseñaba que “un sólo Dios omnipotente y omnisciente había creado el universo, incluyendo a los seres humanos, quienes compartían hasta cierto grado la racionalidad subyacente en la creación. De esta explicación de la creación se desprendía que también el conocimiento formaba un todo único“.
En resumen, la historia bíblica de la creación conduce a un concepto unificado de la verdad, en el que el orden moral y el material forman parte de un todo. En contraste, la historia de la creación darviniana ha legado una concepción dividida de la verdad, donde el orden material es todo lo que existe o puede conocerse, mientras que las verdades morales y espirituales ya no son verdades para nada, sino meramente fantasías privadas. Por eso el debate sobre el darvinismo tiene implicaciones que van más haya del ámbito de la ciencia. Está en juego la definición de la verdad misma.
Resumen Biográfico: Nancy Randolph Pearcy es la experta Francis A. Schaeffer del Instituto de Periodismo Mundial. Estudió con Schaeffer en L’Abri en la década de 1970, luego obtuvo una maestría en artes del Seminario Teológico Covenant, seguida de otros cursos de maestría en filosofía en el Instituto de Estudios Cristianos de Toronto. Ha sido autora y colaboradora de varias obras, entre ellas The Soul of Science and How Now Shall We Live? [El Alma de la Ciencia y ¿Cómo Debemos Vivir Ahora?] Su libro más reciente Total Truth: Liberating Christianity from Its Cultural Captivity [Verdad Total: Cómo Liberar al Cristianismo de su Cautiverio Cultural] ganó un premio al mérito en los Premios al Libro 2005 de Christianity Today, y medalla de oro al mejor libro del año en la categoría Cristianismo y Sociedad.
Published November 6, 2017