Jesús como Dios

Por Ben Witherington III

La discusión sobre si Jesús se consideraba o no a sí mismo como Dios, con frecuencia está plagada de anacronismos: de la relectura de ideas antiguas. Se puede decir sin temor a equivocarse que antes de la época de Jesús ningún judío consideraba a Dios como una trinidad, es decir, tres personas que comparten una misma naturaleza divina. Cuando el término “dios” aparece en cualquier lugar del Antiguo Testamento, se refiere a Yahvé o a algún dios pagano. Asimismo, en el Nuevo Testamento el término “theos” se refiere casi siempre y exclusivamente a Dios Padre, aunque en siete ocasiones esta palabra griega se utiliza para referirse a Jesús (ver Rom. 9:5). Dos de esas ocasiones se encuentran en el Evangelio de Juan (ver Juan 1 y Juan 20). Juan 20:28 es un ejemplo particularmente importante, ya que allí es evidente que dicha afirmación se aplica al ser humano conocido como Jesús, algo menos claro en Juan 1.

Si tratáramos de entender cómo pensaba Jesús de acuerdo al ambiente que le rodeaba, podríamos ver con mayor claridad  por qué Él no anduvo por toda Galilea diciéndole a la gente: “Hola, soy Dios”. La razón es obvia: dicha afirmación se habría entendido como “Soy Yahvé”, o como los cristianos lo dirían: “Soy el Padre Celestial”, y eso habría ocasionado que lo apedrearan ahí mismo. Por supuesto que Jesús nunca asegura ser el Padre, mucho menos Yahvé. Incluso la frase del evangelio de Juan “El Padre y yo somos uno” (Juan 10:30, NVI) no significa “El Padre y yo somos idénticos” o “el Padre y yo somos la misma persona”. Jesús escoge diversas maneras menos confusas que funcionan en la cultura y escenario judíos para revelar su identidad especial y divina.

Un ejemplo de esto lo encontramos en Marcos 12:35-40. En esta discusión, Jesús sugiere que el Mesías será Señor de David. Por supuesto Él elige el método indirecto, de forma que su audiencia tenga que pensar activamente para poder entender lo que quiere decir, pero la inferencia sigue ahí. Esta inferencia es de hecho más clara debido a la frecuente, si no es que constante, utilización de la frase “Hijo del Hombre” por parte de Jesús, con referencia a Daniel 7:13-14, donde se habla de una persona que será adorada por todo el mundo, al cual gobernará por siempre. Aunque parezca extraño, el título con las más fuertes connotaciones divinas es “Hijo del Hombre”, más que “Hijo de Dios”.

En los evangelios podemos encontrar otras maneras en las que Jesús enseña quién es Él. Por ejemplo, solamente Jesús elige anteceder sus propias afirmaciones con el término “amén”, generalmente utilizado por las congregaciones para afirmar la veracidad de lo que alguien dice después de decirlo. No sucede así con Jesús. Él garantiza la veracidad de sus propias palabras por adelantado, ¡antes de decirlas! No necesita que otros le sirvan de testigos para validar sus palabras. Note también que Jesús nunca utiliza la fórmula profética “así dice el Señor”. ¿Por qué? Se debe a que cuando Jesús hace afirmaciones dramáticas, no sólo habla de parte de Dios, sino como alguien que tiene autoridad divina. Esto nos dice mucho sobre la forma en que Jesús se veía a sí mismo, como indirectamente nos lo dice el hecho de que hable de su propia autoridad; la frase “ustedes han oído que se dijo a sus antepasados…pero yo les digo” (ver Mt. 5:21-22) lo dice todo en una cultura donde todos citaban a la autoridades ancestrales para validar sus argumentos. Además está el hecho de que Jesús se sienta libre de:

  1. Decir qué partes de la ley mosaica son obsoletas (por ejemplo, su enseñanza sobre el trabajo en sábado, sobre lo puro y lo impuro en Mc 7:15 ó sobre el divorcio en Mt 19;
  2. Reforzar la ley (lo que dice acerca del adulterio en Mt 5);
  3. Ofrecer enseñanzas que no sólo iban más allá de la ley, sino contra ella, y en una dirección totalmente opuesta (por ejemplo, su enseñanza de evitar las represalias, contra la costumbre de buscar castigos equivalentes – ojo por ojo).  Ante esto, uno debe de preguntarse: ¿Qué tipo de persona podría decir sus propias palabras y la Palabra de Dios con este grado de libertad y autoridad soberanas?

La discusión actual sobre la diferencia entre la terminología funcional y la ontológica para referirse a Jesús como Dios es anacrónica e inútil, ya que no es la forma como los judíos de la antigüedad pensaban acerca de esos temas. Si alguien realmente había de pasar como Dios, debía tener el carácter o la naturaleza necesarios. Como Jesús mismo dijo: “A cada árbol se le reconoce por su propio fruto” (Lucas 6:44, NVI). Dicho de otra manera, se creía que lo que uno hiciera, cómo se comportara, revelaba su carácter. Siendo así, si alguien afirmaba ser Dios venido a la Tierra, más le valía serlo y actuar como tal, porque de otra forma se trataría de una persona fraudulenta o loca que se arriesgaba a ser apedreada, o marginada de la sociedad.

Algunas de las parábolas de Jesús revelan cuán especial se consideraba a sí mismo. Por ejemplo, en Marcos 12:1-12 es descrito como el último emisario de Dios Padre a la Tierra, su Hijo unigénito y amado. En Mateo 25:31-46, el Hijo del Hombre es descrito como el que vendrá a juzgar a la Tierra como sólo Dios puede hacerlo. Cabe preguntar: ¿qué tipo de persona cree que regresará desde el Cielo para juzgar al mundo, algo claramente sugerido en Marcos 14:62? Además, ¿qué tipo de persona se siente libre de limpiar los recintos exteriores del templo, o para decirlo mejor, de realizar una señal del juicio venidero en el templo, como sucede en Marcos 11?

Es verdad que la formulación completa de la doctrina trinitaria vino después del Nuevo Testamento, pero es igualmente claro que Jesús puso en movimiento la reformulación cristológica del monoteísmo al adjudicarse palabras, hechos y un carácter que previamente sólo se habían adjudicado a Yahvé. No fue Pablo quien inventó la idea de orar a Jesús con la frase “marana tha”, que significa “ven oh, Señor” (ver 1 Cor 16:22). Esta era ya la oración de los primeros discípulos de Jesús en Jerusalén, quienes hablaban arameo y anhelaban su retorno. Asimismo, los primeros cristianos cantaban himnos donde alababan a Jesús como Dios, como el himno del verbo en Juan 1 y el himno cristológico del siervo en Filipenses 2:5-11. Estas ideas no fueron invenciones de Pablo ni de otros cristianos de la antigüedad. Ellos se remontaron a las “inferencias de inmortalidad” y las señales de divinidad que Jesús mostró a sus discípulos. Lo que es aún más importante, la confirmación de estas señales vino a través de los encuentros personales con Jesús resucitado, quien con el tiempo fue llamado “Señor resucitado” (en la primera de estas confesiones) (ver 1 Cor. 12:3) en toda la iglesia primitiva. Esto se debió en parte a quién Jesús reveló ser durante su ministerio, y más a quién reveló ser después de la crucifixión.

Como dijo E. Schweizer hace mucho tiempo: “Jesús fue el hombre que no entró en ninguna fórmula, título o clasificación. Eligió revelar su identidad a su manera, sin tratar de amoldarse a las ideas preconcebidas de los demás”. Reveló su identidad divina en formas acordes al contexto judío, no a las discusiones conciliares cristológicas que tuvieron lugar mucho después, del siglo IV d.C. en adelante. El problema en la actualidad es que necesitamos leer los textos del Nuevo Testamento con ojos de judío del primer siglo, no a través de las controversiales discusiones y fórmulas cristianas posteriores. Cuando lo hacemos así, llegamos a la conclusión de que Jesús, único entre sus contemporáneos, eligió revelar su naturaleza divina a su manera, con sus propias palabras, a su propio ritmo, y como prueba de su autoridad y poder, regresó la mañana del domingo de resurrección para confirmar nuevamente esta verdad a sus asustados y equivocados discípulos. Si desea saber más sobre el tema, lea mi libro Jesus the Seer [Jesús el vidente], Hendrickson Press, año 2000.


Published October 26, 2007