Jesús, justificación y justicia

Por Abdu Murria

Aletheia Internacional, Embracethetruth.org

Un día los discípulos de un sabio maestro se encontraban discutiendo entre

ellos acerca de la naturaleza de Dios cuando el maestro se acercó: “¿Qué están

discutiendo, mis alumnos?”

Uno de los estudiantes respondió: “Maestro, hemos llegado a un dilema que no

podemos resolver. Hemos oído que por ser santo y justo, Dios exige pago por el

pecado. También hemos oído que por amar puramente a todas las personas, quienes

son pecadoras, estuvo de acuerdo en que Jesús pagara por nuestros pecados para

que estos pudieran ser olvidados y la justicia santa de Dios quedara

satisfecha”. Entonces, el alumno preguntó desesperado: “pero, ¿cómo puede Dios

seguir siendo justo si permite que Jesús sea castigado por los pecados de

otros?”

El maestro contestó con una parábola. “Cierto hombre contrajo con un

prestamista muchas deudas que no pudo pagar. Cierto hombre rico que no tenía

ninguna deuda se compadeció del deudor. El hombre rico deseaba garantizar

personalmente al prestamista que le pagaría la deuda. El prestamista conocía

bien al hombre rico; sabía que no tenía deudas y podría pagar por el deudor.

Por compasión hacia el deudor, y por el carácter del Hombre Rico, el

prestamista estuvo de acuerdo en que el hombre rico podía garantizar el

pago”.

“Llegó el tiempo de pagar la deuda. El deudor no podía pagar sin quedarse en

la bancarrota y ser echado de su casa. Así que el prestamista acudió al hombre

rico para exigir el pago. El hombre rico, sin deudas propias que pagar, pagó la

deuda por completo. Como la deuda había sido pagada y el prestamista estaba

satisfecho, prestamista y hombre rico sellaron el trato con la palabra

‘Telestai’, que traducida significa ‘pagado en su totalidad'”. Así terminó el

maestro.

“Maestro, ¿qué significa esta parábola?”, preguntaron los discípulos.

“El deudor es cada una de las personas que han pecado y por lo tanto están

en deuda con Dios. El prestamista es Dios Padre, a quien se debe pagar. El

hombre rico es Dios Hijo, quien por no tener pecado no tiene deudas propias y

puede pagar. El deudor, como cada uno de nosotros, necesita que le perdonen la

deuda. Pero Dios Padre debe ser justo y exige el pago total de la deuda; de lo

contrario, sus normas no significan nada. El Hijo puede pagar la deuda porque

no tiene pecado. Como nos ama, ofrece gustosamente pagar. El Padre, como

también nos ama, acepta permitir que el Hijo pague la deuda. Así que Dios es

justo porque el Hijo no fue forzado a pagar, y es amoroso porque no nos exigió

pagar. La justicia perfecta y el amor perfecto se expresan sin afectarse una al

otro; por lo que Dios es justo además de ser quien justifica”.

“Maestro”, dijeron los discípulos, “has hablado con la verdad y ahora

entendemos”.

Aunque esta historia es ficticia, su dilema central -el balance entre la

justicia y el amor de Dios- es muy real y afecta profundamente la forma en que

percibimos nuestra relación con Dios. El dilema puede resumirse en la pregunta:

“¿Cómo puede Dios ser justo y exigir castigo por el pecado y al mismo tiempo

ser amoroso y desear que todo pecador sea perdonado y salvado?” La respuesta

del evangelio es que Dios satisface su justicia y santidad a través del pago de

Jesús por el pecado, y expresa su amor al permitir que Jesús,  no

nosotros, pague la deuda. La siguiente objeción surge en la mente de muchos,

especialmente los musulmanes, y es la misma que la de los discípulos de la

parábola anterior: “¿cómo puede Dios ser justo si obliga a un inocente a sufrir

el castigo merecido por el culpable?” Quien comete el crimen debe purgar su

condena.

Pero este dilema debe ser resuelto por cualquier religión, no solamente por

el cristianismo. Sin embargo, sólo el mensaje del Evangelio proporciona una

respuesta satisfactoria. Algunas tradiciones religiosas tratan de resolver el

dilema diciendo que por ser omnipotente Dios puede perdonar el pecado sin

exigir pago. Esta respuesta es muy forzada porque no resuelve el dilema para

nada. Equivale a decir que Dios puede amar hasta el punto de transgredir su

propio sentido de justicia e ignorar el pecado. Pero estas mismas religiones

aseguran que los atributos de Dios son inmutables. Por ello, esta solución al

dilema es incongruente e ilógica, porque equivale a decir que Dios es tan

poderoso que puede hacer círculos cuadrados.

Otras religiones dicen que cada persona debe compensar sus malas acciones.

Los hindúes y los budistas, por ejemplo, creen que las malas obras que

cometimos en vidas pasadas explican las situaciones desafortunadas de nuestra

vida presente y que, si hacemos obras buenas, podemos escapar al sufrimiento

una vez que nuestro karma negativo ha sido saldado. La corriente

principal del islamismo enseña que cada persona puede compensar sus malas obras

o rebasarlas con buenas obras. La dificultad de estas ideas radica en que no

hay una buena razón para creer que las buenas obras compensen los pecados

previos. Los pecados son una afrenta para un Dios puramente santo, cuyo sentido

de justicia perfecta exige pago por los pecados. Las buenas obras no pueden

“compensar” los pecados porque aquellas deben hacerse de todos modos. Aun las

obras supererogatorias (las buenas obras no exigidas estrictamente por un

código religioso particular) no tienen efecto sobre la salvación porque, lógica

y conceptualmente, las buenas obras no cancelan las malas. Por analogía, el

obedecer los límites de velocidad viajando a 5 kilómetros por debajo de ellos y

prender las señales intermitentes en cada vuelta no basta para pagar una multa

anterior por exceso de velocidad.

Por otro lado, el cristianismo trata el dilema en forma única. La justicia

absoluta de Dios exige pago por el pecado. Dios no puede pasarlo por alto así

como así, porque al hacerlo devaluaría su estándar absoluto de justicia. Eso

iría contra su naturaleza absoluta, por lo que el perdón arbitrario es

irracional y, por lo tanto, imposible. Al ser también absolutamente amoroso,

Dios ofrece un sustituto (Jesucristo), quien elige voluntariamente pagar la

deuda que hemos contraído. De esta forma el pecado queda pagado, y el sentido

de justicia de Dios satisfecho, y como los humanos no tenemos que pagar,

también el amor de Dios queda manifestado en su totalidad. Ninguna otra visión

del mundo resuelve este dilema como lo hace el cristianismo.

Pero ¿cómo se resuelve la objeción de que hay falta de justicia al quedar el

culpable sin castigo mientras un inocente es penalizado? A primera vista parece

ser un obstáculo infranqueable, pero se desmorona porque inicia con una idea

errónea acerca de la naturaleza del pecado: que como “crimen” exige pago en

forma de “retribución”. Sin embargo, no es necesariamente así.

Al nivel más fundamental, el pecado puede verse como una deuda. No solamente

el cristianismo lo entiende así. Por ejemplo, en el karma del

hinduismo está implícita la idea de “pago” por las malas acciones del pasado

hasta que se desvanece el karma negativo. Esto se parece mucho al pago

de una deuda. Para ganar el cielo, los musulmanes deben sobrepasar sus malas

obras con buenas obras. Esto también implica una transacción -una especie de

contabilidad. De hecho, el islamismo comparte con el cristianismo y el judaísmo

la historia en la que Abraham intenta sacrificar a su hijo por orden de Dios.

Tanto en el Corán como en la Biblia, Dios no sólo evitó que Abraham matara a su

hijo, sino que le proporcionó un carnero como sustituto de víctima expiatoria

en pago del pecado. De hecho, el Corán llama al carnero “sacrificio

trascendental” por el que Abraham fue “rescatado” (Corán, Azora

37:107).

En los evangelios, Jesús compara explícitamente el pecado con la contracción

de deudas y el juicio con la contabilidad de las deudas. (Mateo 18:23-25; Lucas

7:43). En el Padre Nuestro, Jesús nos enseña a pedir a Dios que perdone

nuestras “deudas” (Mateo 6:12). Pero lo más asombroso es que en el momento más

profundo de la historia, al final de su vía crucis, y en referencia a la obra

que ha realizado en pago por nuestros pecados, Jesús expresa las palabras “Está

consumado” (Juan 19:30). La palabra griega registrada originalmente por los

Evangelios es tetelestai, que literalmente significa “pagada en su

totalidad”. Es significativo saber que en la Palestina del primer siglo este

término se utilizaba para decir que una deuda se había pagado en su totalidad

y, por lo tanto, quedaba “perdonada”.

Con esta idea de pecado en la mente, podemos recurrir a las leyes modernas

para ver si es justo que Jesús haya pagado en lugar de nosotros. La ley acepta

el concepto de aval. Es muy común que las personas soliciten un préstamo para

comprar una casa; pero si el crédito de la persona es malo, el prestamista no

tiene forma de saber si el deudor podrá pagar. De hecho, dado el mal crédito

del solicitante, el prestamista tiene la seguridad de que el pago del préstamo

quedaría sin cubrir. ¿Solución? Un aval. Un aval con crédito confiable asegura

al prestamista que él personalmente pagará la deuda si el deudor falla. El

prestamista queda conforme porque el aval no es como el deudor, pues aquél sí

tiene buen crédito. Si el aval tuviera tan mal crédito como el deudor, el

prestamista no tendría garantía de recuperar su dinero por ninguna de las dos

vías. Con un aval así dispuesto a pagar la deuda, se otorga el crédito. Muchas

veces, el deudor falla, pero en lugar de llevar a cabo un embargo o un

desalojo, el prestamista busca al aval para exigir el pago. El aval paga, la

deuda es perdonada y la casa del deudor se salva.

Esto sucede todos los días y no lo consideramos injusto porque el aval asume

voluntariamente la responsabilidad de la deuda; no es injusto hacer responsable

al aval. De hecho, no sólo consideramos justo este tipo de transacción, sino

que lo fomentamos para que quienes no puedan obtener el favor de los

prestamistas puedan hacerlo, aunque no lo merezcan.

Lo más sorprendente acerca de la doctrina bíblica de la salvación es que va

mucho más allá de nuestro concepto legal, porque el deudor no se escapa tan

fácilmente. Hay otra transacción entre Jesús y el pecador. El Hijo se ofrece a

pagar por el pecado a cambio de algo; no buenas obras, sino la disponibilidad

de permitir que, mediante el Espíritu Santo, el Hijo invada la vida del pecador

para cambiar radicalmente su corazón. En esencia, Jesús dice: “Me ofrezco

voluntariamente a pagar tu deuda, pero debes entender que la consecuencia de

aceptar sinceramente este regalo es empezar a dejarte transformar y santificar

cada día”. Si el pecador acepta esa consecuencia de la disposición del Hijo a

actuar como aval, la transacción queda completa. Así, el pecador no se escapa

sin tener parte en el proceso -una parte que no da crédito al pecador. Por el

contrario, se trata de entregar el control a la voluntad de Jesús. Es permitir

que después pagar la deuda con su misma sangre, Jesús obtenga algo por su pago.

Él es dueño de tu corazón y el mío y nos transforma en algo mejor y más

bello.

El hombre no ha soñado jamás ni puede soñar una transacción más hermosa.

Sólo el corazón de Dios puede concebir una gracia tan sorprendente.

 


Published February 3, 2009