Robert M. Bowman, Jr.
Gerente de Evangelismo, Apologética y Religiones del Mundo
Junta de Misiones Norteamericanas
En mi artículo anterior titulado “La conquista realizada por Josué: ¿Sucedió realmente?” expuse que existen muy buenas razones para pensar que el relato bíblico de la conquista de Canaán realizada por los israelitas bajo el mando de Josué tiene bases históricas.1 Sin embargo, muchos críticos aseguran que la idea de que Dios haya autorizado la matanza no sólo de hombres sino, en algunos casos, de mujeres y niños, es inmoral, por lo que la Biblia no puede haber sido inspirada por Dios. En este artículo nos concentraremos en esta objeción moral.
Como expliqué en el artículo anterior, las pruebas muestran que la idea de que Dios haya querido que los israelitas hicieran la guerra a los cananeos data de antes de la conquista. Lo más seguro es que no se haya tratado de una justificación teológica a posteriori (ya que esos mismos libros retratan a los conquistadores israelitas como hijos de unos padres rebeldes y temerosos que murieron en el desierto. Sin embargo, la pregunta sigue sin respuesta: ¿Cómo podría una orden divina de esta naturaleza ser justa desde el punto de vista moral?
La maldad del pueblo de Canaán
Quienes critican la afirmación de que Dios ordenó la matanza de tribus enteras en Canaán, generalmente pasan por alto la razón dada explícitamente en el Antiguo Testamento: eran tan depravadas como irredimibles (Gn. 15:16; Lv. 18:21-30, 20:2-5; Dt. 12:29-31; etc.). Según el Antiguo Testamento, los cananeos y otras tribus de la región practicaban generalizadamente el sacrificio de niños, el incesto, el bestialismo y otras conductas que durante toda la historia, incluyendo los tiempos actuales, se han considerado escandalosa y profundamente inmorales. Sin embargo, aún conociendo esta explicación, los críticos suelen afirmar que se trata de una justificación teológica posterior al desalojo de esos pueblos. Incluso muchos expertos bíblicos pertenecientes a las principales iglesias protestantes hacen esta afirmación.
Ya he puesto en duda la popular opinión de que la maldad de los pueblos de Canaán es una racionalización a posteriori; sin embargo, aunque así fuera, ese tipo de respuesta esquiva la verdadera pregunta: ¿es válida dicha justificación teológica? Si la gente de Canaán se hubiera parecido a las personas civilizadas y pacificas que profesan diferentes religiones y que viven actualmente en las zonas residenciales suburbanas y trabajan en universidades, hospitales y departamentos de bomberos, entonces podría ponerse en duda, con toda razón, la aseveración israelita de que Dios condenó a esos pueblos por ser unos degenerados sin remedio. Por otro lado, si los cananeos y otros pueblos de la región formaban una sociedad corrupta donde el bestialismo y el sacrificio público de los propios hijos a Moloc eran prácticas muy extendidas, ¿no tenían razón los escritores del Antiguo Testamento?
En este punto la pregunta obligada es si estas horribles descripciones de la cultura cananea presentadas por el Antiguo Testamento son precisas del todo. No es de sorprender que las fuentes de información externas a la Biblia sean todavía escasas y fragmentarias. La arqueología provee mucha más información del período clásico antiguo -el cual corresponde a grandes rasgos al período bíblico comprendido entre el exilio y el Nuevo Testamento- que del segundo milenio antes de Cristo. Además, entre más retrocede uno en el tiempo, las interpretaciones de los arqueólogos se vuelven más dispares. Aún así, se han corroborado algunas descripciones de la cultura cananea contenidas en el Antiguo Testamento, incluyendo las de su religión.
Un punto de especial interés es el dios cananeo Moloc, a quien -según el Antiguo Testamento- los pueblos paganos de la región sacrificaban a sus hijos en el fuego. Durante gran parte del siglo XX estuvo de moda el argumento de que el Antiguo Testamento estaba completamente equivocado en ese punto. Se decía que Moloc no era el nombre de un dios extranjero, sino de algún tipo de ritual, y que los niños no eran sacrificados en el fuego sino que simplemente participaban en ritos inofensivos (tal vez similares a los del neopaganismo y otras formas de adoración de la naturaleza que tienen lugar en la actualidad). Diversos estudios realizados en las décadas de 1970 y 1980 contrariaron esta teoría revisionista. La marea de los expertos empezó a cambiar de dirección con un artículo publicado en 1975 por Morton Smith, donde desacredita la fantasiosa teoría de que las referencias a niños en el fuego eran metáforas espirituales.2 En un estudio publicado por Cambridge University Press, John Day argumentaba de forma muy convincente que Moloc era el nombre dado en la religión cananea al dios del infierno. Para ello mostró que ese mismo dios aparece en los escritos ugaríticos (MLK), las tablas de Mari (Muluk) y los registros acadios.3
Mientras tanto siguen acumulándose pruebas a favor de la afirmación de que los pueblos nativos de la región practicaban el sacrificio de niños, como menciona el Antiguo Testamento. En 1978 un egiptólogo informó de la existencia de ciertas imágenes en relieve en un templo egipcio donde aparecían niños cananeos siendo sacrificados al tiempo que sus ciudades eran atacadas.4 El sacrificio de niños a los dioses realizado por los fenicios, quienes en cierta época controlaron Canaán, es un hecho bien documentado. “Los arqueólogos han recobrado pruebas espeluznantes no sólo en la gran ciudad fenicia de Cartago (hoy Túnez), sino también en Sicilia, Cerdeña y Chipre” (King y Stager, 361).5 Las pruebas no son aún definitivas, pero concuerdan con el panorama bíblico.
De hecho, hoy en día es tan claro para los expertos bíblicos que el Antiguo Testamento realmente se refiere al sacrificio de niños, y que esta práctica realmente ocurrió, que algunos expertos liberales están tomando un rumbo totalmente diferente: ahora dicen que el sacrificio de niños era parte del sistema de normas religiosas de la adoración a Yavé hasta bien entrado el período del Antiguo Testamento. Sin embargo, hablando en el mejor de los casos, las “pruebas” bíblicas de esta afirmación consisten en posibilidades muy remotas dependientes de muchas suposiciones discutibles. El principal texto que supuestamente sustenta esta teoría es Miqueas 6:6-8.
6 ¿Cómo podré acercarme al Señor,
y postrarme ante el Dios altísimo?
¿Podré presentarme con holocaustos
o con becerros de un año?
7 ¿Se complacerá el Señor con miles de carneros,
o con diez mil arroyos de aceite?
¿Ofreceré a mi primogénito por mi delito,
al fruto de mis entrañas por mi pecado?
8 ¡Ya se te ha declarado lo que es bueno!
Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor:
practicar la justicia, amar la misericordia,
y humillarte ante tu Dios.
(Miqueas 6:6-8)
En este caso no se trata de progresar de una ofrenda humilde a otra más impresionante, como algunos expertos han argumentado; sino que Miqueas va de una ofrenda normativa de la ley mosaica (v. 6) a una obvia exageración (v. 7a), pasando luego a un extremo que no es hiperbólico, sino que exige una respuesta negativa (v. 7b). En pocas palabras, Miqueas hace estás preguntas retóricas para refutar mediante el método reductio ad absurdum la idea de que, mediante el ofrecimiento de sacrificios, es posible compensar la continua desobediencia a la exigencia divina de justicia. Por lo tanto, en este pasaje se presupone que ya en ese entonces se consideraba muy malo el sacrificio de los hijos.
No es difícil adivinar qué traman estos expertos liberales. Su estudio de la religión israelita del período del Antiguo Testamento se basa en la suposición de que los israelitas, aún en sus mejores momentos, no pueden haber sido tan diferentes de sus vecinos cananeos. Conceder que la religión del legislador y los profetas de Israel era infinitamente superior, tanto desde el punto de vista moral como espiritual, sería fatal para el “naturalismo metodológico” (por llamarlo como lo hace la filosofía de la ciencia), el cual ha estado subyacente por más de un siglo en la corriente principal de la erudición bíblica. Desde la década de 1930 hasta la de 1970, era común afirmar que el sacrificio de niños en la región era un mito y que ni los israelitas ni sus vecinos cananeos lo habían practicado. Con la realización de nuevos estudios y la aparición de nuevas pruebas que anularon dicha afirmación en las décadas de 1970 y 1980, los expertos liberales decidieron que si realmente se practicó el sacrificio de niños, entonces todos los pueblos deben haber participado en él, pues es muy posible que haya sido una práctica aceptada y autorizada incluso en la adoración a Yavé. Para que esta teoría funcione, es necesario hacer una lectura muy tendenciosa del Antiguo Testamento, por decirlo en una forma eufemística.
Sin embargo, esos expertos liberales tienen razón en parte: algunos israelitas sí practicaron sacrificios humanos, incluyendo el sacrificio de sus hijos. Se tienen informes de por lo menos dos reyes que lo hicieron (2 Reyes 16:3; 21:6). Según el libro de Isaías, el Señor condenó a Israel por sacrificar niños a sus ídolos (Is. 57:5-9). Jeremías acusó a los judíos de Jerusalén de erigir ídolos en el templo y sacrificar a sus hijos en un valle cercano (Jer. 7:30-32, 19:5-6, 32:35). Ezequiel citó esa práctica como una de las razones por las cuales Judá fue lanzada al exilio Babilonico (Ez. 16:20-21, 23:36-39).
De nuevo, el criterio de la vergüenza milita en contra de cualquier especulación en el sentido de que los israelitas nunca se involucraron en prácticas de este tipo, de las cuales varios autores bíblicos los acusan. Podemos considerar como histórico el hecho de que lo hicieron. Una vez establecido este punto, sería difícil contradecir el testimonio unánime de todos estos autores en el sentido de que estas prácticas se derivaron de las costumbres idólatras de los pueblos nativos de Canaán. Se nos dice que Acaz “hasta sacrificó en el fuego a su hijo, según las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor había expulsado delante de los israelitas” (2 R 16:3). Según Jeremías, los judíos sacrificaban sus hijos a los ídolos, especialmente a Baal y a Moloc (Jer. 7:30-32, 19:5-6, 32:35).
Creo yo que no es difícil deducir cuál es la lección. Aunque los israelitas comandados por Josué lograron cierto dominio sobre gran parte de Canaán, no eliminaron por completo a todos los pueblos de la región, y no extirparon totalmente las perversas prácticas sociales y religiosas de los cananeos. Desde el período de jueces, pasando por la monarquía unida y hasta la monarquía dividida, la adoración a Baal, en particular, continuó siendo un problema. Me imagino cuánto más difícil habría sido mantener con integridad la religión de la adoración a Yavé si los israelitas no hubieran sido tan agresivos como lo fueron bajo las órdenes de Josué. El exagerado e infame lamento de Elías en el sentido de que Israel había abandonado a Yavé por adorar a Baal ilustra cuán cerca estuvo en ocasiones el pueblo de Dios de hacer precisamente eso.
Un detalle final con respecto a la maldad de los pueblos de Canaán: Moisés advirtió a los israelitas que no debían afirmar que Dios expulsó a los paganos debido que el pueblo de Dios fuera recto, sino que debían reconocer que lo había hecho porque las naciones gentiles eran depravadas (Dt. 9:4-6). En todo el Antiguo Testamento, se repite una y otra vez a los israelitas que no son rectos y que no merecen la tierra y otras bendiciones que Dios les concedería. Quizá no hayan ido tan lejos como los cananeos, pero no tenían nada de que alardear en lo concerniente a su propia rectitud. Esta constante negación de los méritos de Israel en verdad mina la afirmación de que el Antiguo Testamento expresaba cierto “triunfalismo” al atribuir a Dios la derrota de los enemigos de Israel.
Pero, ¿y los niños?
La crítica más fuerte a la moralidad de la conquista se centra en la matanza de los niños más pequeños de los pueblos nativos. Sin duda este es el aspecto más difícil de entender de este relato. Por extraño que parezca, el Antiguo Testamento no se centra en absoluto en este punto. Parece muy clara la implicación de que Israel no dejo nada vivo en varias ciudades… ni un solo sobreviviente (Dt. 20:16; Js. 10:29-40, 11:10-15). El libro de Josué establece que Israel destruyó al pueblo de Jericó “a todo hombre y mujer, joven y anciano. Lo mismo hicieron con las vacas, las ovejas y los burros” (6:21), lo cual puede implicar la matanza de bebés, dependiendo como se interprete la frase “joven y anciano”. Entonces, asumiendo que esa sea la lectura correcta de los pasajes anteriores, parece que los israelitas sí mataron a los bebés cananeos en estas batallas, aunque se le dé poca importancia al hecho.
Cómo los relatos dan poca atención al tema y no hay una explicación directa de la inclusión de los niños pequeños en la orden de exterminio, no nos queda más que conjeturar una explicación indirecta a partir de la información que tenemos. Yo tengo dos sugerencias.
En primer lugar, después de la degradación moral que caracterizó a numerosas generaciones de estos pueblos, es probable que ni los niños más pequeños fueran susceptibles de corrección. Según parece hasta ellos eran obligados a adoptar conductas obscenas, de tal manera que habrían crecido marcados psicológica y espiritualmente, con la amenaza de perpetuar el ciclo.
En segundo lugar, es bastante probable que hasta los niños más pequeños portaran las enfermedades de transmisión sexual y otros males infecciosos que deben haberse extendido por esas ciudades; de ser así, pueden haber representado un grave peligro para la salud física de los israelitas. Imagine que transportáramos tres mil años atrás a cualquiera de las naciones donde el SIDA ha hecho estragos hoy en día; no tendrían acceso ni a los recursos médicos más básicos. Quizá las enfermedades infecciosas también estaban haciendo estragos en los animales domésticos de esas ciudades, lo cual explicaría también por qué fueron destruidos.
Es horrible pensar que las cosas estuvieran tan mal que haya sido realmente necesario asesinar incluso a los miembros más pequeños de esa sociedad para detener el ciclo degenerativo y patológico generacional; pero esa parece haber sido la razón por la que Dios ordenó no dejar con vida nada que respirara.
Reglas de compromiso de Israel
Una de las pruebas a favor de la afirmación contenida en el Antiguo Testamento de que Dios había ordenado a los israelitas exterminar a algunos de los pueblos de la región, es que las “reglas de compromiso” para estas conquistas no les daban carta blanca para hacer lo que quisieran. Por el contrario, restringían la codicia mostrada por la mayoría de los vencedores en las guerras de la antigüedad (y también en muchas guerras modernas) en formas muy adelantadas a su tiempo.
Para ser exactos, la ley de Dios contenida en el Pentateuco distinguía por lo menos cuatro categorías diferentes de gentiles, y exigía a los israelitas actuar de una forma marcadamente diferente con cada grupo. Podríamos llamar a estas categorías pueblos nativos, pueblos fronterizos, pueblos protegidos y emigrantes.
Por pueblos nativos me refiero a los grupos de gente que habitaban la tierra de Canaán, especificados en varios textos como amonitas, hititas, gergeseos, ferezeos, cananeos, heveos y jebuseos (Gn. 15:19-21; Ex. 3:8, 17; 13:5; 23:23, 28; 34:11; Nm. 13:29; Dt. 7:1; 20:17; Js. 3:10; 9:1; 11:3; 12:8; 24:11; Jc. 1:3-5; 3:5; 1 R 9:20-21; Esd. 9:1; Neh. 9:8).La tribu o nación dominante entre estos pueblos era la de los cananeos, por quienes la tierra llevaba el nombre de Canaán y por lo cual dicho pueblo se menciona más que cualquiera de los otros. Israel recibió la orden de exterminar a la gente de estas tribus, incluyendo hombres, mujeres y niños -y en la mayoría de los casos también al ganado (Nm. 21:33-35; Dt. 2:32-34; 3:1-7; 20:16-18; Js. 6:21; cf. Js. 8:22-29). También se les prohibió categóricamente tomar esposa de entre estos pueblos (Dt. 7:1-4). Pues buen, si la afirmación de que Dios ordenó a Israel conquistar Canaán hubiera sido solamente un pretexto teológico para la agresión, ¿por qué los israelitas no se permitieron a sí mismos tomar esposas de entre estos pueblos? ¿Por qué en la mayoría de los casos no se les permitió conservar el ganado? La mejor explicación para este autodominio es que creían que Dios les había prohibido tomar esposa o ganado de los pueblos que conquistaran en la región. Dicho autodominio -raro en esa antigua cultura- es indicio de que sinceramente creían que Dios había ordenado la conquista.
Podemos señalar que la orden de exterminar a estos pueblos permitió algunas excepciones. El ejemplo obvio es el de Rahab y su familia, quienes residían en Jericó. A cambio de su ayuda, y en respuesta a su petición de clemencia, los dos espías de Josué prometieron a Rahab que ella y toda su familia tendrían misericordia cuando los israelitas destruyeran Jericó (Js. 2:8-21), promesa que Josué cumplió (6:17, 22-2, 25).
Los pueblos fronterizos vivían en ciudades y aldeas a las afueras de Canaán, y no eran parte de las siete tribus nativas de Canaán. A las ciudades que se encontraban fuera de la región habitada por los cananeos y otros pueblos condenados, pero dentro de la región designada como propiedad de Israel, fueron a las primeras a las que se les ofrecieron las condiciones para la paz, entre las que se encontraban servir a los israelitas. Canaán.La distinción entre las ciudades circundantes y las ciudades cananeas y de otros pueblos agrupados dentro de la región refleja la creencia de que los pueblos nativos habían llegado demasiado lejos como para recibir clemencia, mientras que otros pueblos no se consideraban tan degenerados.
Los pueblos protegidos eran tribus o naciones de la región que Israel debía dejar en paz. El más importante fue el de Edom. Cuando Israel quizo atravesar el territorio de Edom -prometiendo incluso pagar por el uso de agua- y Edom se rehusó, Israel simplemente tomó otro camino (Nm. 20:14-21). Sin embargo, cuando Sijón, rey de los amorreos, se reusó a conceder el paso a los israelitas, éstos conquistaron sus ciudades (Nm. 21:21-32) matando a todo hombre, mujer y niño (Dt. 2:32-34). La razón de este trato diferente era que Israel consideraba como hermanos a los edomitas (descendientes Esaú, el hermano de Jacob) (Nm. 20:14).
Los emigrantes eran individuos o familias de tribus de fuera de la región que habían emigrado a la tierra de Canaán. El Antiguo Testamento se refiere a ellos como emigrantes, extranjeros o forasteros (los términos son más o menos, o enteramente, sinónimos). Los israelitas tenían prohibido molestar u oprimir a los extranjeros (Ex. 22:21; 23:9). Quien tomara la vida de cualquier ser humano debía ser ejecutado; esta norma se aplicaba a extranjeros y nativos por igual (Lv. 24:17-22). A los emigrantes se les permitiría ofrecer sacrificios al Señor y, repito, se dejó en claro que la ley era igual para los israelitas que para los extranjeros (Nm. 15:14-16). Los israelitas debían amar a los extranjeros, y recordar que Dios los ama también y que ellos mismos habían sido extranjeros en Egipto (Dt. 10:18-19). Los israelitas no debían torcer la justicia debida a los extranjeros (Dt. 24:17-18). Obviamente, la ley mosaica no era xenofóbica (no expresaba miedo ni rencor hacia la gente de otras razas). Debido a que tales forasteros no formaban parte de la depravada cultura de Canaán, eran bien recibidos en la sociedad israelita, amparados por las mismas leyes.
No hubo política de genocidio generalizado
Tal vez la queja más común con respecto al relato de la conquista es que parece justificar el genocidio. Si consideramos que una nación está llena de maldad, ¿justifica eso que conquistemos su territorio y aniquilemos a sus habitantes?
Por supuesto que no. El Antiguo Testamento no enseña que el genocido tiene algun tipo de justificación; en ningún lugar dice algo parecido a que si una nación es suficientemente mala, entonces cualquiera tiene justificación moral para exterminarla, incluyendo a hombres, mujeres y niños. En lugar de ello, el Antiguo Testamento dice que fue necesario exterminar a ciertos pueblos nativos para detener el ciclo de perversidad que se repetía generación tras generación, y así proteger a Israel para que no sucumbiera ante tal desenfreno (por lo que se ve, una descripción bastante precisa de la cultura cananea). Esta drástica medida fue necesaria para crear una nación que retuviera por lo menos algo del conocimiento del Dios verdadero y la adoración solamente a Él, además de algo de reconocimiento (aunque fuera limitado) de sus normas morales.
El hecho de que Israel con frecuencia se desviaba al menos en parte hacia el desenfreno debido a que no llevaba a cabo las órdenes de Dios al pie de la letra confirma cuán mala era la situación. El hecho de que tuvieran que pasar siglos después de la conquista y varios desastres antes que Israel pudiera adherirse al monoteísmo ético (lo que finalmente hizo después del exilio a Babilonia) constituye una prueba más de que el degenerado politeísmo de la sociedad era una práctica muy difícil de erradicar.
Ningún gobierno o sociedad tienen el derecho de atreverse a llevar a cabo una política de genocidio. Lo que Israel hizo estuvo bien, pero la única forma en que pudieron saber que estaba bien fue que Dios se los reveló. Además, sabían que la revelación era auténtica porque fue corroborada mediante señales y milagros que no tienen comparación en la historia humana, aún hasta nuestros días.
Resumen
Permítame resumir lo que he tratado de mostrar. Es poco coherente sostener que los escritores bíblicos inventaron tanto la historia de la conquista realizada por Josué como una base teológica para defender las acciones ficticias de Josué. Nadie inventa excusas para explicar algo que no hizo. Probablemente la reticencia de los israelitas a invadir Canáan desde el desierto sea un hecho histórico, lo cual significa que la creencia de que Dios se los ordenó se originó antes de la invasión, y no siglos después. El texto afirma que la orden se basó en la extremada degeneración de la sociedad cananea; si eso es cierto, la creencia de que Dios ordenó la conquista se vuelve mucho más plausible. Hasta ahora las evidencias demuestran que la cultura cananea sí estaba muy corrompida; de hecho, al no haber eliminado por completo las malas influencias, los israelitas con frecuencia fueron seducidos por las actividades más nefastas de los cananeos, e incluso participaron en ellas. Las “reglas de compromiso” que gobernaban las relaciones entre Israel y los pueblos gentiles muestran sensibilidad hacia las diferencias entre estos últimos -algo que parecería extraño si la afirmación de Israel de que la conquista estaba autorizada por Dios fuera una racionalización a posteriori para justificar su agresión. Finalmente, el relato bíblico de la conquista hace énfasis en una situación única y no deja espacio para extrapolar de ella un principio generalizado que justifique el genocidio.
Entonces, tenemos evidencias de varios tipos que sustentan la afirmación del Antiguo Testamento en el sentido de que los israelitas realizaron la conquista porque tenían buenas razones para creer que fue una orden de Dios.
Notas
1 Robert M. Bowman, Jr., “La conquista realizada por Josué: ¿Sucedió realmente?“. (Alpharetta, Georgia: Junta de Misiones Norteamericanas, 2007), en línea.
2 Morton Smith, “A Note on Burning Babies,” [Nota sobre el sacrificio de bebés al fuego] Journal of the American Oriental Society [Diario de la Sociedad Oriental Americana] 95 (1975): 477-79.
3 John Day, Molech: A God of Human Sacrifice in the Old Testament [Moloc: Dios de sacrificios humanos en el Antiguo Testamento] (Cambridge y New York: Cambridge University Press, 1989), 4-14, 29-71.
4 A. Spalinger, “A Canaanite Ritual Found in Egyptian Reliefs” [Ritual cananeo encontrado en los relieves egipcios], Diario de la Sociedad para el Estudio de Antigüedades Egipcias 8 (1978): 47-60.
5 Philip J. King y Laurence E. Stager, Life in Biblical Israel [La vida en el Israel bíblico], Biblioteca del Israel Antiguo (Louisville y Londres: Westminster John Knox Press, 2001), 361.
Published October 10, 2007